Faustino y Jovita que eran hermanos, habían nacido en Brescia, y provenían de una de las más importantes familias de la ciudad. Según la tradición de Brescia, ambos santos predicaron valientemente el cristianismo, en tanto que el Obispo de la ciudad se había escondido por temor. Su celo excitó la furia de los paganos. Un poderoso señor pagano, llamado Julián, les aprehendió. Los mártires fueron torturados y enviados a Milán, Roma, y Nápoles, de donde volvieron finalmente a Brescia.
Sin embargo, durante la travesía, los santos consiguieron bautizar a una multitud de gente; solo por citar un ejemplo en el viaje de Roma a Nápoles, bautizaron a 191.128 personas. En vista que ni las torturas ni las amenazas consiguieron doblegar su constancia, el emperador Adriano, que se hallaba de paso en Brescia, ordenó que fueran decapitados. La ciudad de Brescia los venera como sus principales patronos y pretende poseer sus reliquias.
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