Solemnidad de Corpus Christi – Ciclo A

La fiesta del Corpus, ahora llamada más exactamente «del Cuerpo y la Sangre de Cristo», ha arraigado hondamente en el pueblo cristiano, desde que se introdujo en el siglo XIII. La Eucaristía tiene dos dimensiones: su celebración (la misa) y su prolongación, con la reserva del Pan eucarístico en el sagrario y la consiguiente veneración que le dedica la comunidad cristiana. La finalidad principal de la Eucaristía es su celebración y la comunión con el Cuerpo y Sangre de Cristo, que ha querido ser nuestro alimento para el camino de la vida. Pero desde que la comunidad cristiana empezó a guardar el Pan eucarístico, sobre todo para los enfermos y para el caso del viático -cosa que data ya desde los primeros siglos-, fue haciéndose cada vez más coherente y connatural que se rodeara el lugar de la reserva (ahora, el sagrario) de signos de fe y adoración. Es lo que subraya la fiesta de hoy, con un cierto paralelismo con la noche del Jueves Santo, en aquellas horas entrañables entre la misa vespertina y el comienzo del Viernes.

 

  1. ORACIÓN INICIAL

Señor Jesús. Tú que has venido a revelarnos al Padre, y que te has dado a conocer, haciéndonos saber, que eras UNO con el Padre, y que habías venido a hacer su voluntad,te  diste a conocer como el Dios vivo, que te hiciste carne, para darnos vida con tu vida y así nos dejaste tu propia carne y tu propia sangre, como pan de vida, siendo Tú el pan vivo bajado del cielo, que te diste a ti mismo, dando tu vida y tu sangre en la cruz, te sigues dando a nosotros, al darnos tu propia carne, al darte Tú todo en cuerpo y alma, en la Eucaristía.

Al celebrar la fiesta de Corpus Christi, la de tu Cuerpo y Sangre, te pedimos que nos ilumines para valorar aquello que celebramos y lo que significa para nosotros que Tú estés siempre y continuamente presente en las especies de pan y vino, siendo para nosotros verdadera comida y verdadera bebida, alimento de vida eterna, prenda de salvación y de vida. Que así sea.

  1. Texto y comentario

2.1.Lectura del libro del Deuteronomio 8, 2-3. 14b-16ª

Moisés habló al pueblo, diciendo: el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer  estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no. Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. No te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres.»

El desierto es visto por el autor del Deuteronomio, y por algunos profetas, como un lugar de prueba, y el tiempo que el pueblo pasó en él después de la salida de Egipto es visto como un tiempo en el que el Señor educó a su pueblo. La tentación, la prueba es para «conocer tus intenciones».

El maná no sale de la boca de Dios, pero es una señal evidente de la fidelidad eficaz de la palabra que sale de su boca. La referencia a la «palabra de Dios», que da la vida al hombre, la encontramos también en los profetas, y el evangelio de Mateo ha utilizado este texto para hablar de la opción que hace Jesús ante la tentación.

También es típico del Deuteronomio la expresión «recuerda». El pueblo debe recordar el camino del desierto, debe recordar que el Señor le liberó de la tierra de esclavitud. Y ahora, cuando el pueblo se ha convertido ya en sedentario, tiene la tentación de olvidar su origen y a Aquél que es su vida. Ahora pueden olvidar al Señor, ya que recogen la cosecha de los campos y tienen agua en las fuentes y los ríos. El recuerdo del pasado les hará presente la mano amorosa del Señor, que continúa actuando, alimentando a su pueblo.

2.2. Salmo responsorial Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20 (R.: 12a)

R. Glorifica al Señor, Jerusalén.

Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión: que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R.

Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina. Él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz. R.

Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos. R.

La Iglesia nos propone este salmo en la «Fiesta del Corpus Christi», la Fiesta del  «Cuerpo y Sangre» del Señor. Este «pan de trigo que nos sacia» no puede menos de  hacernos pensar en este «pan de vida» del que Jesús habló con frecuencia (Juan 6).

El salmo 147 dice que Dios «envía su palabra a la tierra… y que su Verbo la recorre…».  Se trata de una «palabra» casi personificada, que tiende a ser distinta de quien la profiere.  El autor del salmo no podía pensar en una tal perspectiva, pero nosotros no podemos  olvidar las palabras de San Juan: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Juan  1,14). Sí, Jesús fue la mejor «expresión» de Dios. Sus hechos, sus gestos, sus palabras,  nos hablan mejor de Dios que todos los estudios que se han hecho sobre El. El es  «verdaderamente la Palabra» de Dios en el mundo.

2.3. Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 10, 16-17

Hermanos: El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?
El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque-que comemos todos del mismo pan.

Pablo hace estas afirmaciones sobre la Eucaristía en un contexto inmediato de rechazo de la idolatría, motivado a su vez por la cuestión concreta de la participación de los cristianos en las comidas de ídolos, tema que había suscitado escándalos y divisiones entre la comunidad corintia.

Como elemento que a la vez supera esas divisiones y es signo de unidad y que también se opone a toda idolatría, se habla de la Eucaristía que vincula a los cristianos entre sí por unirlos con el único Señor Jesús. Es mentira que quien come comida de ídolos se una con ellos, en cambio es verdad que quien come comida de Cristo se une con El. Y, como no puede ser menos, con los hermanos. Por tanto, si se comulga no se puede estar en división respecto a los otros.

Se presenta, pues, uno de los efectos de la Eucaristía. Pero no efecto mágico, sino más bien expresión de algo que ya debe existir en el interior de quienes participan en ella. Lo cual no implica uniformidad, sino unión en la profunda confesión de Cristo y de Dios. También la Eucaristía lleva a cabo la unidad cuando no se da, porque interpela a quienes la celebran y une con Cristo, Señor de todos. Pero aquí, como en los demás sacramentos, ha de evitarse toda concepción automática de sus efectos. Las aplicaciones hoy día, con tanto peligro de ritualismo vacío, son bastante claras. Unión real y profunda expresada y realizada en la comunión del Cuerpo y Sangre del Señor.

2.4. Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: -«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.» Disputaban los judíos entre sí: -«¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Entonces Jesús les dijo: -«Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre. »

El versículo inicial articula las tres afirmaciones centrales de todo el texto. Primera afirmación: Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Segunda: El que coma de este pan vivirá para siempre. Tercera: el pan que yo voy a dar es mi carne.

1. Yo soy el pan vivo. En razón de los interlocutores esta afirmación corrige un punto de vista que veía en la Ley el alimento bajado del cielo. Los interlocutores son «los judíos», una expresión que en el cuarto evangelio designa habitualmente a las autoridades religiosas judías. Jesús es el pan vivo porque es el enviado del Padre, que es quien posee la vida y se la ha conferido (v. 57). A la vida que procede de Dios se le denomina vida eterna. La expresión atiende más al origen y cualidad de la vida que a la temporalidad.

2. El que coma de este pan vivirá para siempre. Jesús posee la vida de Dios y la transmite a los humanos. El que me coma vivirá gracias a mí. Ahora sí se resalta explícitamente la dimensión de la temporalidad-eternidad. Jesús introduce esta dimensión-realidad, insospechada y desconocida con anterioridad: No es como el pan de vuestros antepasados, que lo comieron y murieron.

3. El pan es mi carne. Se trata de otra formulación de la primera afirmación. La carne y la sangre de Jesús son expresiones para designar a Jesús como ser humano y concreto. La nueva formulación sirve para resaltar el carácter de realidad que tiene la comida. A través de esta comida el ser humano hace suya la vida divina y forma comunidad con Jesús.

3. ORACIÓN FINAL

Señor Jesús. Tú el pan vivo bajado del cielo, Tú el verdadero pan del cielo, Tú que te das en tu propia carne, Tú que estás presente en el pan y en el vino, Tú que te das Tú todo, Tú hombre verdadero y Dios verdadero, Tú que al darte nos das tu propia vida, Tú que siempre nos esperas en la Eucaristía, Tú que nos ofreces tu propia vida, al darte Tú todo, Tú que vienes a nosotros y nos llenas de ti, Tú que nos vivificas con tu presencia y tu vida, Tú, Señor, que vienes a nosotros, transforma nuestros corazones y llénanos de ti, para que teniéndote a ti dentro de nosotros, seamos renovados y transformados por tu presencia viva.

Tú que te das en tu cuerpo y en tu sangre, danos las gracias para reconocerte y sentirte presente en la Eucaristía, y así encontrar en ti, la fuerza, el dinamismo, la mística, la gracia y la fortaleza para vivir lo que nos pides, siendo Tú el que nos unas e identifiques contigo. Que así sea.