Cada 22 de mayo la Iglesia Católica celebra a una de las santas más queridas y populares de todos los tiempos: Santa Rita de Casia.

Su nombre de pila fue “Margherita”, de donde probablemente venga “Rita”, como una forma abreviada -y afectuosa- de llamarla. Sea así o no, el nombre “Rita” evoca muchísimas cosas bellas, empezando por el amor a Cristo y la ternura que Dios derrama sobre los que sufren.

Una experiencia dolorosa del matrimonio

Rita fue una mujer sencilla y a la vez extraordinaria. Siendo adolescente se sintió llamada a la vida religiosa, pero sus padres no estuvieron dispuestos a apoyarla y decidieron casarla. Ella, por obediencia, aceptó contraer matrimonio. Lamentablemente, lo que vendría después sería muy doloroso para ella, ya que su esposo resultó ser un hombre violento y empezó a maltratarla.

Con el tiempo, sin embargo, gracias a su adhesión al Señor crucificado, a su oración constante y a su entereza -siempre dispuesta a devolver bien por mal-, Rita logró que su marido cambiara de vida y se convirtiera. Precisamente por eso esta santa mujer ha merecido el sobrenombre de “la santa de los imposibles”.

Santa Rita de Casia no sólo es la patrona de las causas imposibles, también lo es de los necesitados.

Margherita Lotti nació en 1381, en Roccaporena, muy cerca de Cascia (provincia de Perugia, Italia) en una época de conquistas, rebeliones y corrupción. Ella y sus padres fueron pobres y no tuvieron mayor educación. Rita se mantuvo analfabeta por muchos años, hasta que Dios le concedió la habilidad extraordinaria de aprender a leer por cuenta propia.

Habiendo renunciado al deseo de ser religiosa, decidió llevar su matrimonio como Dios manda. Y lo hizo a pesar de que Paolo, su esposo, era un hombre de malas juntas, bebedor, mujeriego y maltratador. Rita aceptó su dolorosa situación, se mantuvo fiel a su marido y se propuso ganar su alma para Cristo.

Tras veinte años de matrimonio -años de paciencia y confianza en Dios- el esposo de Rita se convirtió. Ella perdonó sus faltas y juntos emprendieron un camino distinto. Penosamente esto no duraría mucho: antiguos enemigos buscaron a Paolo, lo emboscaron y asesinaron.

Entonces sus hijos, Jacobo y Paolo, juraron vengar la muerte de su padre. No hubo ruego que pudiera persuadirlos de lo contrario. Rita, consciente de lo que estaba en juego, imploró a Cristo que los salvara y les tuviera misericordia. Incluso en su plegaria de angustia le dijo al Señor que preferiría que tomara la vida de los jóvenes antes de que se condenaran para siempre en el infierno.

Jacobo y Paolo, de manera inesperada, contrajeron una terrible enfermedad y murieron días después por causas naturales.

Abrazada a la Cruz

El tiempo pasó y Dios hizo brotar de nuevo en el corazón de la santa el deseo de consagrarse a Él como religiosa.

Rita intentaría ser aceptada en el monasterio de las hermanas agustinas, pero estas la rechazaron por haber estado casada y porque cargaba a cuestas una historia sombría.

Cuenta la tradición que una noche, estando en oración, Rita oyó que la llamaban tres veces por su nombre. Se incorporó y abrió la puerta de su habitación: frente a sí estaban San Agustín, San Nicolás de Tolentino y San Juan Bautista -de quien era muy devota-, componiendo una extraordinaria visión. Entonces, los tres santos la invitaron a que los siguiera fuera. Después de recorrer algunas calles, sintió que se elevaba en el aire y que de pronto una fuerza la conducía suavemente hacia Cascia (Casia), en dirección al monasterio de Santa María Magdalena.

Cuando volvió del éxtasis, se encontraba dentro del monasterio. Tras lo sucedido, las monjas agustinas se sintieron compelidas a recibirla.

Rita hizo su profesión religiosa ese mismo año (1417). Duras pruebas sufriría en el convento, pero el Señor no la abandonó. Por el contrario, la invitó a unirse a Él en el camino más difícil: el de su Cruz. Cristo le condeció sus estigmas y las marcas de la corona de espinas en la cabeza. Son ampliamente conocidos los testimonios sobre la herida que Rita llevaba en la frente, herida que la acompañó por años y que despedía un olor repugnante.

El dulce aroma de la santidad

Después de una grave y dolorosa enfermedad, Santa Rita de Casia murió el año del Señor de 1457. La herida de su frente desapareció y en su lugar quedó una mancha roja como un rubí, que exudaba una fragancia semejante a la de las rosas. ¡Cuán grande fue el amor de Santa Rita que Dios decidió adornarla con estos detalles!

Hoy, el cuerpo de la santa permanece incorrupto.

Puedes encontrar más información sobre Santa Rita de Casia en este artículo de la Enciclopedia Católica: https://ec.aciprensa.com/wiki/Santa_Rita_de_Cascia.

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