Cada 21 de febrero la Iglesia universal celebra a San Pedro Damián, Doctor de la Iglesia.

Inicialmente vivió como monje benedictino, pero, sensible a las necesidades de su tiempo, aceptó ser ordenado obispo y luego creado Cardenal. Pedro Damián (en italiano, Damiani) realizó una importantísima contribución a la renovación eclesial del siglo XI, que tuvo en la reforma gregoriana su momento cumbre.

San Pedro Damián fue un hombre de profunda oración y recogimiento. Precisamente por ello, supo distinguir muy bien aquellas cosas que son esenciales para alcanzar la perfección de la caridad de aquellas que no lo son.

Es evidente que el santo era muy consciente de que para seguir a Cristo hay que formar y fortalecer el alma, en particular la mente. Así lo expresa, bellamente, él mismo: “Que la esperanza te levante ese gozo, que la caridad encienda tu fervor. Así tu mente, bien saciada, será capaz de olvidar los sufrimientos exteriores y progresará en la posesión de los bienes que contempla en su interior”.

“Damián”

A la muerte del abad, Pedro asumió la dirección de Fonte Avellana como prior. Su deseo de fortalecer y mejorar la vida de los monjes se concretó en reformas que dieron buenos resultados. Fundó otras cinco comunidades más de ermitaños benedictinos, mientras animaba a los monjes a buscar siempre el espíritu de silencio, la caridad y la humildad. De aquellas reformas son hijos Santo Domingo Loricato y San Juan de Lodi, sus discípulos.

En contra de una Iglesia acomodada al mundo

En 1057 Pedro Damián fue creado Cardenal y nombrado Obispo de Ostia, renunciando a lo que más le agradaba: su vida en silencio y soledad.

Su buen nombre se hizo conocido por todos, y aumentó considerablemente el contacto que ya tenía con la curia romana e incluso con el Papa. Escribió numerosas cartas criticando la simonía -la compra de bienes espirituales como si fuesen bienes materiales, lo que incluía cargos eclesiásticos, sacramentos, sacramentales, reliquias y promesas de oración-.

Somos responsables del futuro

“Es imposible restaurar la disciplina una vez que ésta decae; si nosotros, por negligencia, dejamos caer en desuso las reglas, las generaciones futuras no podrán volver a la primitiva observancia. Guardémonos de incurrir en semejante culpa y transmitamos fielmente a nuestros sucesores el legado de nuestros predecesores”, escribió con agudeza el santo, preocupado por esa responsabilidad que tenemos para con las generaciones futuras de cristianos.

Se hace mucho énfasis en su conciencia rigurosa, y como se ve, no sin razón. Sin embargo, exhibir tal rigurosidad no es un facilismo exagerado o un recurso dramático. En tiempos de crisis -como los suyos- es cuando mejor se percibe el mal y cuando quizás se entiende mejor cuán necesario es tratar a los pecadores con indulgencia y bondad. San Pedro Damián fue, en ese sentido, un poco de ambas cosas cuando la prudencia y caridad lo requerían.

El último episodio

El Papa Alejandro II envió a San Pedro Damián a resolver un problema a Rávena, donde el arzobispo se había declarado en franca rebeldía y había incurrido en excomunión. Lamentablemente el santo llegó cuando el prelado había muerto, pero fue tal su ejemplo de justicia y caridad, que los cómplices del rebelde asumieron su penitencia y reformaron sus conductas.

De regreso a Roma, Pedro Damián cayó enfermo durante su estancia en un monasterio en las afueras de Faenza. Allí murió el 22 de febrero de 1072.

Dante Alighieri, en el canto XXI del Paraíso, coloca a San Pedro Damián en el cielo de Saturno, destinado a los espíritus contemplativos. Fue declarado Doctor de la Iglesia en 1828 por el Papa León XII.

Si quieres conocer más sobre San Pedro Damián, te recomendamos este artículo de la Enciclopedia Católica: https://ec.aciprensa.com/wiki/San_Pedro_Damián. Y si deseas profundizar en la reforma monástica del siglo XI, la Enciclopedia Católica también puede ayudarte: https://ec.aciprensa.com/wiki/Reformas_Cistercienses.