Cada 30 de julio, la Iglesia Católica celebra a San Pedro Crisólogo, Padre y Doctor de la Iglesia, quien ocupó la sede arzobispal de Rávena (Italia) entre los años 433 y 450.

Se le llama “Crisólogo” (palabra de oro) como reconocimiento a su gran elocuencia, plasmada en numerosos y bellos sermones.

San Pedro Crisólogo fue un incansable predicador, muy dado a animar a los fieles en el ejercicio de la virtud, el amor a Cristo y el deseo de santidad. Basta recordar algún fragmento de sus sermones para que eso quede en evidencia:

“Llevemos íntegra y con plena semejanza la imagen de nuestro Creador: no imitándolo en su soberanía, que sólo a él corresponde, sino siendo su imagen por nuestra inocencia, simplicidad, mansedumbre, paciencia, humildad, misericordia y concordia”.

“Él le dijo: Apacienta a mis ovejas” (Jn 21, 15)

San Pedro Crisólogo nació en Imola (Italia), alrededor del año 400, sin que se haya podido establecer con exactitud la fecha exacta de su nacimiento.

De acuerdo a una tradición muy antigua, a la muerte del arzobispo de Rávena, el clero local y el pueblo se abocaron a elegir a su sucesor. Una vez elegido el candidato, pidieron al Obispo Cornelio que encabece la comitiva que habría de presentar el nombre del elegido al Papa San Sixto III, en la ciudad de Roma, a la espera que este confirme al sucesor.

Pedro -quien no era el candidato elegido- formaba parte de la comitiva.

Blanco del rechazo

Siguiendo las instrucciones venidas del cielo, el Santo Padre no aceptó al candidato propuesto, y, en su lugar, señaló nada menos que a uno de los integrantes del grupo llegado de Rávena: Pedro, el diácono que ya destacaba por su buen talante y elocuencia.

Los caminos de Dios siempre serán los mejores

Sin embargo, con el tiempo, los fieles empezaron a ver en Pedro a un magnífico pastor. Su sencillez, cercanía y claridad para el discurso le valieron el respeto de muchos de los que le habían dado la espalda.

Además, sus éxitos en la lucha contra las formas de paganismo presentes en su grey y su autoridad para corregir abusos o desviaciones de la doctrina le ganaron el cariño de la comunidad. Enfrentó al arrianismo, al monofisismo y al pelagianismo; aunque siempre equilibró su tarea apologética con el trabajo en pos del perfeccionamiento moral de los fieles.

San Pedro era de los que sabía escuchar con igual atención y caridad a los humildes y a los poderosos; y siempre tenía una palabra precisa para todos sus hijos espirituales.

Nada de esto fue tarea fácil, pero el santo supo aferrarse a la Eucaristía y alentar al pueblo a acercarse a Dios en la oración y los sacramentos -entre otras enseñanzas y buenos ejemplos, plasmados en sus sermones-. El arzobispo se había convertido en el “hombre de las palabras de oro”.

Al final de sus días, San Pedro Crisólogo retornó a Imola, donde murió el 31 de julio del año 451 (otras versiones señalan como fecha de su tránsito el 3 de diciembre del 450). Fue declarado Doctor de la Iglesia en 1729 por el Papa Benedicto XIII.

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