Cada 17 de octubre, la Iglesia Católica celebra a San Ignacio de Antioquía, Padre de la Iglesia y discípulo de los Apóstoles San Pablo y San Juan, por lo que ostenta también el título de “Padre Apostólico”.

La Iglesia es “para todos”

A San Ignacio de Antioquía se le atribuye haber introducido la designación “católica” para referirse a la Iglesia fundada por Jesucristo. En una de sus cartas pastorales más conocidas, escribe: “Donde está Jesucristo, allí está la Iglesia católica”.

El adjetivo femenino “católica” proviene del término griego “katholikós”, que quiere decir “universal”. En otras palabras, la pretensión de Ignacio fue explicitar lo que a todas luces se vivía entre los miembros de la “Ekklesia”, la comunidad fundada por Cristo: su carácter “universal” o “para todos”, donde no hay lugar para la exclusión.

Todos estaban llamados a formar parte de ella: hombres y mujeres, judíos y gentiles, ricos y pobres, poderosos y débiles, libres y esclavos. Es decir, gente de cualquier origen y condición de la época. Para ser parte de la Iglesia bastaba bautizarse y querer seguir los pasos de Cristo, quien pasó por el mundo haciendo el bien, liberando al hombre del pecado y de la muerte.

Con este término también se quiere indicar que en ella subsiste la plenitud del Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza, el propio Cristo, lo que supone al mismo tiempo que ella recibe de Él “la plenitud de los medios de salvación”. Además, es “católica” porque ha sido enviada a predicar a todo el género humano y hasta los confines del mundo.

Ignacio nació en Siria, probablemente en el año 35, y murió ejecutado en Roma, capital del imperio, posiblemente entre los años 108 y 110.

Fue el tercer obispo de Antioquía (70-107 d.C.), ciudad ubicada en Siria y, aunque no abundan los detalles sobre su vida antes de ejercer dicho cargo, se sabe con certeza de su entrega por quienes se reconocían como cristianos. Antioquía, la comunidad cristiana que Dios le encomendó, era una de las más numerosas y sólidas de aquellos tiempos. Solía llamársele la “madre de las Iglesias de la gentilidad”, algo que Ignacio comprendió muy bien y que lo condujo a velar no sólo por su sede, sino por todo seguidor de Jesucristo.

El que lleva a Dios, une

En tiempos del emperador romano Trajano, San Ignacio fue apresado y trasladado a Roma para ser ejecutado allí, debido a su condición de ciudadano romano. De camino a su martirio, Ignacio fue redactando una serie de cartas dirigidas a las diferentes Iglesias cristianas, con ánimo de orientarlas y fortalecer su unidad en Cristo.

Al empezar cada epístola, al lado de su nombre, escribe “Teóforo”, que en griego quiere decir “portador de Dios”, como indicación de la manera como entendía su propia misión. En una de esas cartas se describe como “un hombre al que ha sido encomendada la tarea de la unidad”.

Finalmente, en la epístola dirigida a los cristianos de Trales, refuerza bellamente lo expresado anteriormente: “Amaos unos a otros con corazón indiviso. Mi espíritu se ofrece en sacrificio por vosotros, no sólo ahora, sino también cuando logre alcanzar a Dios… Quiera el Señor que en Él os encontréis sin mancha”.

Amor y unidad selladas con sangre

De acuerdo a la tradición, San Ignacio de Antioquía murió devorado por las fieras junto a muchos otros cristianos, en la ciudad de Roma, poco después de haber concluido su traslado desde Oriente.

¡San Ignacio de Antioquía, intercede por la fidelidad de todos nuestros pastores!

Si quieres saber más sobre San Ignacio de Antioquía, te recomendamos el siguiente artículo de la Enciclopedia Católicahttps://ec.aciprensa.com/wiki/San_Ignacio_de_Antioqu%C3%ADa.