Cada 28 de mayo, la Iglesia recuerda a San Germán de París, obispo de la denominada “Ciudad Luz” entre los años 555 y 576, recordado por su amor a los pobres y por el papel que desempeñó en la pacificación de la Francia de su tiempo.

San Germán, antes de ser obispo, fue abad del monasterio de San Sinforiano, donde fomentó el espíritu de pobreza entre los monjes. Se dice que era tal su desprendimiento, que suscitaba incomodidad entre aquellos monjes más apegados a las seguridades materiales.

Cuenta la historia que en una oportunidad tuvo que enfrentar a un grupo de monjes que se había rebelado contra su autoridad, ya que estos se habían dejado llevar por ciertos rumores de que el santo regalaría todo, hasta sus cosas.

Y es que a San Germán le tocó vivir tiempos en los que su país se encontraba en franca decadencia. Eran tiempos en los que la ostentación y la vida desordenada se habían convertido en la norma, donde nadie se solidarizaba con los que menos tienen.

El niño abandonado que se hizo monje

San Germán nació en 496, cerca de la ciudad de Autun, al sudeste de París. Sus padres lo abandonaron siendo un niño, pero por gracia de Dios un pariente suyo llamado Scapilion se hizo cargo de él. Scapilion, quien era sacerdote, le procuró al pequeño la educación y los cuidados necesarios.

Fue tanta su dedicación y empeño en la vida monástica que sus hermanos lo eligieron abad. De acuerdo al testimonio de uno de sus amigos, el obispo San Venancio Fortunato De Poitiers, se sabe que Germán fue un abad de gran sencillez y fervorosa oración. Muchos milagros serían obrados por su intercesión.

“Gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt 10, 8)

Para el año 555, a Germán se le presentaría un reto inesperado. El obispo de París, Eusebio, murió. En ese momento el monje se encontraba en la ciudad y dado su prestigio de hombre noble y santo, el clero y el pueblo le reclamaron al rey que llame a Germán para que ocupara la sede vacante. Childeberto I, rey de las Galias, accedió al pedido popular y lo retuvo en la ciudad.

Como pastor, San Germán fortaleció el anuncio evangelizador a los pueblos paganos, defendió la doctrina y extendió la práctica de las costumbres cristianas en la vida social, especialmente la limosna. También participó en el tercer y cuarto Concilio de París, así como en el segundo Concilio de Tours (566).

El protector de París y la limosna

Un tema que hay que subrayar cuando se habla de San Germán de París es el de la generosidad, y de su concreción práctica en la limosna.

Es tradición desde los tiempos apostólicos la llamada “comunión de los bienes”. Esto es compartir aquello que Dios provee, sea material o no, para bien de cada cual y de la Iglesia.

San Germán quiso hacerse eco de esa santa generosidad y movilizó a todo París para contribuir al sostenimiento de la Iglesia y de los más necesitados. Eso le valió que los parisinos lo llamaran el “padre de los pobres”. San Germán mostró cómo no es necesario ser rico para compartir, y que la solidaridad embellece la comunidad política y eclesial.

Este santo recuerda a cada cristiano que la limosna es expresión de amor, de entrega; una prueba fehaciente y sencilla de que las “cosas” no son lo más importante, y que si tienen valor es porque pueden ser medio para obrar el bien.

Tesoros en el cielo

El santo fue sepultado en la capilla de San Sinforiano, mandada a construir por Childeberto I, y que está ubicada en el templo de San Vicente. En 754, sus reliquias fueron reubicadas en la nave principal, en presencia de Pipino el Breve, rey de los Francos, y de su hijo Carlomagno, quien era un niño de siete años en ese entonces.

Aquel templo se convertiría, tiempo después, en la iglesia de la Abadía de Saint-Germain-des-Prés, construida en honor al santo obispo. Este templo es el más antiguo de la ciudad de París.

Si quieres conocer más sobre San Germán de París, te recomendamos el siguiente artículo de la Enciclopedia Católica: https://ec.aciprensa.com/wiki/San_Germán_de_París.

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