Hoy celebramos a san Ernesto, fue abad de la abadía benedictina de Zwiefalten (Wurtemberg), fundada en 1089 por los condes Kuno y Liutold de Achalm.
San Ernesto era hijo de un noble de Steusslingen, y muy joven profesó la Regla de San Benito en el célebre monasterio de Zwiefalten. En 1141 fue elegido abad del mismo monasterio. En 1146 cambió el báculo abacial por la espada, acompañando al rey Conrad III de Suabia en la II Cruzada a Tierra Santa. Dijo a sus monjes: “Creo que no volveré a veros en esta tierra, pues Dios me concederá que vierta mi sangre por él. Poco importa la muerte que me reserva, si me permite sufrir por el amor de Cristo”. Y lo tenía claro, pues como la mayor parte de las Cruzadas, esta fracasó, pues los cristianos sufrieron una humillante derrota. Los que no murieron, fueron tomados como esclavos por los musulmanes y murieron.
De nuestro santo se propagó la versión, que no consta fehacientemente, que fue conducido a la Meca donde después de haber sufrido innumerables penalidades y torturas por no apostatar, murió el 7 de noviembre de 1148 junto a otros cristianos. La primera crónica que narra su martirio, que se cree infundado, es de mediados de 1200, o sea, unos cien años luego de su muerte. Sus reliquias fueron rescatadas y se veneran en la basílica de Santos Simón y Judas de Antioquía, Siria.
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