Cada 30 de octubre la Iglesia Católica celebra a San Alonso Rodríguez, hermano coadjutor jesuita que vivió entre los siglos XVI y XVII, ejemplo de humildad y vocación de servicio.

Alonso, antes de ser religioso, fue un hombre de familia: estuvo casado y tuvo tres hijos. Cuando rondaba los 40 años, diversas circunstancias hicieron que su vida tomara un curso completamente distinto -uno que lo llevaría a la Compañía de Jesús-. En ese sentido, Alonso es modelo de escucha y confianza en el Señor.

El dolor más grande

Unos años antes había asumido el negocio familiar, cuando su padre, comerciante de lana, se lo heredó. Alonso hizo su mejor esfuerzo por sacar adelante el encargo, pero sin demasiado éxito.

En ese contexto, de por sí difícil, perdió primero a sus dos hijos mayores y después a su esposa, quien murió dando a luz al tercero. Lamentablemente, aquel niño tampoco sobrevivió: después de ser puesto bajo el cuidado de dos de sus tías, el niño enfermó y falleció.

Renacimiento

Alonso, entonces, se quedó solo, sin lo que había sido su motor de vida: su familia. Providencialmente, en los días de soledad y silencio forzoso, empezó a recordar su infancia, y cómo sus padres habían recibido en casa a sacerdotes y miembros de la recién fundada Compañía de Jesús.

El entonces viudo se sintió movido a volver sobre eso que, como semilla, parecía florecer después de tiempo, una fe que nunca abandonó, pero que en ese momento mostraba horizontes renovados. Alonso decidió acercarse más a Dios, animado por el consuelo que en el Señor encontraba.

San Pedro Fabro y las semillas de Dios

Alonso recordaba constantemente a Pedro Fabro, cofundador de los jesuitas y a quien había conocido a los 12 años, cuando este estuvo hospedado por un tiempo en la casa de sus padres.

Cada vez menos envuelto en el dolor y más de cara a la fe que lo marcó, Alonso comenzó a ver su vida de manera distinta, poco a poco. Descubrió que Dios seguía esperando mucho de él y que su vida podía renovarse por completo. Así empezó a considerar ponerse al servicio de Dios y la Iglesia como religioso.

El oficio es lo de menos, importa el corazón

Alonso entonces solicita ser admitido en la Compañía de Jesús. Sin embargo, los jesuitas no lo aceptaron por varios motivos. Entre ellos, su edad -tenía casi cuarenta años-, su salud precaria y la falta de estudios avanzados -requisito para el sacerdocio jesuita-.

Pese a ello, el santo no se rindió. Mantuvo la esperanza de ser admitido recordando cómo San Ignacio de Loyola no se sintió limitado por su edad para hacerse religioso.

Un sabio y acogedor portero y el joven misionero: Pedro Claver

San Alonso Rodríguez hizo de su cargo un verdadero servicio a los demás y una ocasión permanente de santificación.

Desde la portería del convento entabló diálogo con mucha gente, entre los que estuvo nada menos que San Pedro Claver, en su momento, alumno del colegio Montesión. Se dice que San Alonso entusiasmó y alentó a Pedro a viajar algún día a América.

Como se sabe San Pedro Claver fue el santo protector de los esclavos en Cartagena de Indias. Por esas cosas de Dios, ambos jesuitas serían canonizados en 1888.

La oración abre todas las puertas

Alonso aprovechaba las horas de trabajo para rezar. De hecho, una de sus oraciones predilectas era el Santo Rosario, que rezaba varias veces al día. Alonso llegó a tener visiones del Cielo y la Virgen María se le aparecía -a Ella se confiaba siempre para que lo protegiera del mal-.

Si en alguna ocasión era presa de la tentación, pasaba junto a la imagen de la Virgen y le decía: “Sancta Maria, Mater Dei, memento mei” (Santa María, Madre de Dios, acuérdate de mí).

Alguna vez le preguntaron a San Alonso por qué no era más duro y áspero con la gente inoportuna que solía llegar al colegio. Él respondió: “Es que a Jesús, que se disfraza de prójimo, nunca lo podemos tratar con aspereza o mala educación”.

San Alonso Rodríguez partió a la Casa del Padre el 31 de octubre de 1617.

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