Moniciones para el Sexto domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B

Por: P. Domingo Vásquez Morales | Fuente: Catholic.net


Monición de entrada:

La Iglesia siempre cercana a todos los seres humanos, trae hoy ante el altar a los que nosotros descartamos; a esos que no les hacemos sitio en nuestros encuentros, a esos a los que se les impide levantar la voz para que no reclamen justicia. Pero este egoísmo que llevamos tan dentro se opone a la lógica de Jesús que no le dice al leproso: “ten paciencia, aguanta un poco, debes aceptar, soporta la situación”. Le responde sin rodeos: “Quiero, queda limpio”. Después de ver este hecho ¿Qué diremos hoy a cada uno de estos que nos tienden la mano? ¿Somos conscientes de que los bienes de la tierra son de todos? El Señor, siempre paciente, espera la respuesta. Entonces, hoy sería un momento oportuno para examinarnos de si hacemos las cosas buscando nuestro bien, o buscando el bien de los hermanos. Puestos de pie, recibiremos a los ministros de esta eucaristía cantando con alegría.

Primera lectura: Lv 13, 1-2.44-46 (El leproso vivirá solo, fuera del campamento)

El libro del Levítico del que es nuestra primera lectura, nos muestra la terrible ordenación jurídica y religiosa sobre los leprosos. Ni siquiera podían vestir con decoro. Era la enfermedad más contagiosa conocida hasta entonces y la Ley ponía inhumanos medios para evitar su propagación. La venida de Cristo cambiará radicalmente esa Ley tan dura. Pongan atención.

Segunda lectura: 1 Cor 10, 31-11,1 (Sigan mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo)

La lección de Pablo, en el breve fragmento que escucharemos de la primera carta a los fieles de Corinto, es singular. Y dice que todo lo que hay en el mundo es bueno y sirve para dar gracias a Dios. Somos nosotros los que distinguimos absurdamente viendo cosas malas donde solo hay buenas. Tendríamos que hacer todo, como nos dice la segunda lectura, para gloria de Dios, pero vemos que eso no es así. Y de ahí los muchos problemas que sufre nuestro mundo. Escuchen con atención este mensaje.

Tercera lectura: Mc 1, 40-45 (Curación de un leproso por Jesús)

Jesús rompe la durísima ley que separaba a los leprosos del mundo. La curación es sin duda la solución universal al problema. Pero a nosotros la enseñanza que recibimos de este texto evangélico es que debemos reconocer nuestras limitaciones, faltas y problemas y, como el leproso del Evangelio, ponernos ante el Señor para decirle: “si quieres puedes limpiarme”. Encomendar a Él la solución de nuestras angustias. Y, eso sí, cuando nos veamos limpios no dejemos de dar gracias a Dios. No lo olvidemos. De pie para entonar el Aleluya, antes de escuchar la Buena Nueva.

Oraciones de los fieles

A cada invocación ustedes contestarán: Si quieres, puedes limpiarnos, Señor.

1. – Por el Papa, los obispos y sacerdotes, para que, al igual que Pablo, lo hagan todo para Gloria de Dios. Oremos.

2. – Por los gobernantes y los que les rodean, para que vean en Jesucristo al único que puede limpiar nuestras faltas. Oremos.
3. – Por todas aquellas que se han alejado de la Iglesia, para que encuentren en Jesucristo esa agua eterna. Oremos.
4. – Por las familias cristianas, para que encuentren en Cristo la base donde sustentar su vida. Oremos
5. – Por todos nosotros y nuestras necesidades que tú conoces, socórrenos y acompáñanos. Oremos
6. – Por los niños y los jóvenes, para que no dejen “manchar” su seguimiento a Cristo con el polvo del camino. Oremos

Exhortación final

Gracias, Padre, porque Jesús, curando a los leprosos nos mostró que el amor no margina a nadie, sino que regenera a la persona, restableciéndola en su dignidad.

Cada sanación de Cristo nos habla de su corazón compasivo y nos confirma en la venida de tu amor y de tu reino.

Siguiendo su ejemplo, danos, Señor, un corazón sensible al bien de los hermanos, para saber dialogar contigo en la fe.

Danos disponibilidad para escuchar tu palabra, sin encerrarnos en el monólogo egocéntrico y estéril de nuestra propia seguridad.

Y concédenos superar todas las crisis y dificultades de la fe en nuestro camino hacia la indispensable madurez cristiana.

Amén.

(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 323)