Cada 7 de noviembre la Iglesia recuerda al Beato Francisco Palau y Quer, sacerdote y fraile carmelita descalzo, nacido en Aitona, Lérida (España), el 29 de diciembre de 1811.
Llamado al Carmelo
El 25 de julio de 1835 estallaron los llamados “motines anticlericales”, organizados contra las Órdenes religiosas por su negativa a apoyar las reformas liberales en el país. En Cataluña fueron incendiados los conventos y otras edificaciones religiosas. Entre los edificios siniestrados estuvo el convento de Francisco Palau, quien se había ordenado sacerdote poco antes, el 2 de abril de 1836.
Los años de exilio
El P. Palau se vio obligado entonces a huir junto con otros carmelitas. En esas circunstancias se encargó personalmente de ayudar a escapar y proteger a uno de los frailes más ancianos de su comunidad, que además era ciego. Vivió doce años exiliado en Francia (1840-1851) y, vuelto a España, fue confinado injustamente en Ibiza (1854-1860). Allí fundó, en 1860, dos Congregaciones religiosas: las Hermanas Terciarias Carmelitas y los Hermanos Terciarios Carmelitas.
El P. Francisco llevaba una intensa vida de oración y meditación -logró escribir algunos opúsculos espirituales-, que alternaba con el servicio a los pobres y enfermos. A los periodos de retiro y aislamiento -más propios de la vida de un ermitaño- le seguían los de servicio y apostolado. Una de las misiones más difíciles que le tocó cumplir fue la de exorcista.
Las misiones populares y la catequesis
En 1870 viajó a Roma para participar en el Concilio Vaticano I. El P. Francisco tenía un plan entre manos: la formación de una Orden de exorcistas. De hecho logró alcanzar un escrito con sus ideas a todos los padres conciliares que hablaban español. Lamentablemente, el proyecto no prosperó debido a la interrupción del Concilio.
Legado espiritual y apostólico
El 24 de abril de 1988, el P. Francisco Palau fue beatificado por el Papa San Juan Pablo II.
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