Las aulas universitarias no fueron capaces de contener el gran espíritu emprendedor y las
ansias de Fray Junípero de proclamar la Palabra de Dios a los pueblos de América. A
principios de 1749, después de 6 años como profesor, le llegó la noticia de que le habían
sido concedidos todos los permisos necesarios para trasladarse al Colegio de Misioneros de
San Fernando en la Ciudad de México, capital del Virreinato de la Nueva España, que en
aquel tiempo comprendía todo el territorio de los actuales México y la parte Suroeste de
Estados Unidos, incluyendo California.

Fray Junípero nunca, hasta ahora, había exteriorizado la vocación misionera que lo animaba
desde muy joven. Tras su firme decisión, en agosto de 1749, a los 36 años de edad,
embarcó hacia su destino. Veinte misioneros franciscanos venidos de diferentes partes de
España, dirigidos por el Superior-Presidente, Fray Manuel Cardona, y siete misioneros
dominicos se embarcaron el 28 de agosto de 1749 en el buque “Villasota”, también
aptamente llamado “N.S. de Guadalupe”, bajo el mando del Capitán José Manuel de Bonilla.
Tras el largo y cansado viaje trasatlántico se hizo una escala técnica en Puerto Rico, de las
Antillas Mayores la más cercana a Europa. Nos cuenta Fray Francisco Palóu, el biógrafo de
Fray Junípero, que el grupo de franciscanos de los cuales él formaba parte, se alegró de
tocar tierra borinqueña un sábado a mediados de octubre (18 de octubre de 1749) después
de tantos días en altamar. Al atracar el “Villasota” en la Bahía de San Juan, los pasajeros
recién llegados probablemente entraron a la antigua ciudad murada a través de la Puerta de
San Juan sobre la cual se encuentra la frase bíblica: Benedictus qui venit in nomine Domini
(Bendito el que viene en nombre del Señor).

Por Mons Roberto O. González Nieves, O.F.M. – October 15, 2017
10/15/23, 9:33 AM San Junípero Serra y su misión en Puerto Rico | El Visitante
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La situación de Puerto Rico en el Siglo XVIII era muy diferente a la que encontraría Fray
Junípero en el Virreinato de la Nueva España. La crónica pobreza de la Isla había
comenzado a ceder hacia la mitad del siglo debido a unas medidas de carácter económico
que se implementaron a partir del informe de Don Alejandro O’Reylly. A ese fin, se expandió
el comercio marítimo con España, luego se incluyó la Isla en el servicio regular de correos.
Sobre todo, se regularizó el envío del Situado Mexicano, ayuda económica proveniente de
México para el funcionamiento del Gobierno de Puerto Rico, que se había paralizado a causa
de los ataques de piratas y corsarios extranjeros. Otra gran diferencia era que ya no
quedaban indígenas en estado puro como los que abundaban en tierras californianas y otras
del Continente. En P.R. los indios habían sido ya asimilados mediante los matrimonios y
uniones con españoles y con esclavos y libertos. La tolerancia entre las razas, debida a la
San Junípero Serra y su misión en Puerto Rico, escasez y a la necesidad, había sido efectiva en cuanto al logro de una nueva realidad
racial, a pesar de los prejuicios que perduraban. Estudios recientes indican que actualmente
en Puerto Rico el 61 % de la población tiene sangre indígena.

La misión anunciada por Fray Junípero tuvo lugar en la Catedral con permiso del Vicario
Capitular, ya que en ese momento la sede estaba vacante; y abracó ocho días de los 15 que
los frailes permanecieron en puerto. Como método para atraer fieles a la misión, los frailes
recorrían la ciudad durante el día y ofrecían pequeñas pláticas o fervorines amenizados con
cánticos espirituales en las calles y plazas como método para atraer a la gente a las
actividades de la noche en Catedral. Según el método misional franciscano, Fray Manuel, el
Padre Presidente, y Fray Junípero se alternaban día tras día ofreciendo el “primer asalto”, o
plática inspiradora para motivar y convertir los corazones de los fieles. Otros dos frailes se
alternaban en ofrecer el “segundo asalto”, o plática de carácter instruccional para iluminar
los corazones. Todos los frailes se turnaban en el confesionario y no se arrepintieron del
trabajo que les suponía la inesperada misión pues los frutos fueron extraordinarios.
Otro aspecto de la estadía de Fray Junípero y sus compañeros en San Juan fue la
hospitalidad de que fueron objeto por parte de los residentes peninsulares que se alegraron
de poder conversar con sus compatriotas. Entre estos peninsulares se encontraban varias
familias mallorquinas que tuvieron grandes obsequios con Fray Junípero y los demás frailes
provenientes de esa isla mediterránea. Todos los sanjuaneros manifestaban amplia y
generosamente su gratitud a los misioneros por su presencia alentadora. Al respecto, Fray
Junípero escribía con su característica humildad: “Aquí estamos mejor que en cualquier
convento de España, todos tomando chocolate, tabaco y rapé, limonada y otros refrescos
por la tarde, y todo lo que queramos. Después de todo, a uno de los hermanos le sobró 40
pesos de lo que le habían dado para las necesidades de los misioneros. De comida, frutas y
vegetales tenemos tanto como podamos llevar y suficiente para el resto del viaje. Todo esto
se nos proveyó, aunque dijimos a la gente que no queríamos regalos ni lujos para
nosotros”.
Después de tan grata y motivadora experiencia en San Juan, el grupo de 20 misioneros
franciscanos partió para Veracruz en México el domingo, 2 de noviembre de 1749, cruzando
así el ancho Mar Caribe hacia su destino.
Nota: Fragmento de la Carta Pastoral del Arzobispo Metropolitano Espíritu y Vida: San
Junípero Serra y el Jubileo de la Misericordia (Núm. 12-20) del 12 de diciembre de 2015.