El jueves posterior a la Solemnidad de Pentecostés se celebra en algunos países la fiesta de “Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote”.
Origen y desarrollo
Esta festividad tiene sus orígenes en la celebración del sacerdocio de Cristo que se realiza en la Iglesia desde siempre, pero que en algunas localidades o diócesis, concretamente de España, cobró una forma particular al dedicársele un día del año en particular. Después de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II la fiesta de Jesucristo, Sumo y eterno sacerdote ha venido recibiendo un impulso creciente por parte de la Congregación de Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote, congregación femenina de vida contemplativa cuyo carisma consiste en pedir por la fidelidad de los sacerdotes y por el aumento de las vocaciones sacerdotales.
Además de España, otras Conferencias Episcopales han incluido esta fiesta en sus calendarios litúrgicos particulares. Este es el caso de Chile, Colombia, Perú, Puerto Rico, Uruguay y Venezuela. En algunas diócesis de estos países se le denomina “Jornada por la santificación de los sacerdotes”.
Fundamento a la luz del Magisterio
Jesús, Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza
La Escritura provee de abundantes referencias que contribuyen a la comprensión del Sacerdocio definitivo de Cristo, el cual comparte todos y cada uno de los sacerdotes que Dios llama a su servicio para toda la eternidad.
“Ustedes, en cambio, son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz” (1 Pedro 2,9).
Por otro lado, en el capítulo 4 de la Carta a los Hebreos se habla del Sumo Sacerdocio de Jesucristo en los siguientes términos:
“Teniendo, pues, tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos -Jesús, el Hijo de Dios- mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna” (Hebreos 4,14-16).
La carta a los Hebreos sugiere explícitamente que el sacrificio de Cristo lo ha erigido como el nuevo, único y definitivo sacerdocio, diferenciándose así de los sacrificios de los sacerdotes de la Antigua Alianza:
“Así también, Cristo no se apropió la gloria de ser sumo sacerdote, sino que Dios mismo le había dicho: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. O como dice también en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre igual que Melquisedec” (Hb 5, 5-6). Luego se añade: “Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos” (Hb 9,11).
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