Moniciónes para el Séptimo Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C


Séptimo Domingo: La revolución del amor cristiano

Monición de entrada:

Hoy en la liturgia Cristo nos llama a una radical revisión de vida. El cristiano debe bendecir a los que le odian y perdonar a los que le ofenden. Por nuestro bautismo hemos nacido para el cielo y debemos ser como Cristo. Celebremos nuestra vida en Cristo en esta eucaristía. De pie, para que iniciemos nuestra celebración con el cántico de entrada.

Primera lectura: I Samuel 26, 2.7-9-12.13.22-23 (David perdona la vida al rey Saúl)

El Rey Saúl tenía celo de David. Por eso intentaba matarlo. Pero cuando David, con ocasión de una expedición, tuvo cerca a Saúl, no recurrió a la espada. Saúl era para Él, “el ungido del Señor”. Escuchemos.

Segunda lectura: I Corintios 15, 45-49 (Seremos también imagen del hombre celestial)

San Pablo nos presenta una comparación entre Adam y Cristo. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.

Tercera lectura: Lc. 6, 27-38 (Amen a sus enemigos; así serán hijos de Dios)

Escuchemos, según san Lucas, las disposiciones que Cristo exige para ser su discípulo: amor radical y entrega al servicio de todos y en todo tiempo. De pie por favor, para cantar el Aleluya, antes de la proclamación evangélica de hoy.

Oración Universal:

  • Para que la Iglesia, comunidad de creyentes, denuncie el pecado del mundo, con el ejemplo elocuente de la santidad de vida, roguemos al Señor.
  • Para que la sociedad evite el contagio del mal, que la corrompe, y se sienta estimulada en la búsqueda del bien, roguemos al Señor.
  • Para que cuantos ejercen la noble tarea de criticar y corregir a los demás sean justos y comprensivos en sus apreciaciones, roguemos al Señor.
  • Para que no caigamos en la hipocresía que Cristo denuncia en el evangelio, y aceptemos la corrección de los demás, roguemos al Señor.

    Exhortación Final

    (Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 521)

    Señor Dios Padre, que eres bueno y compasivo con tus hijos,
    haznos semejantes a ti para que reflejemos tu amor a todos.
    Nos cuesta mucho hacer el bien a quien nos quiere mal,
    perdonar a quien nos ofende y olvidar agravios pasados.
    Sin embargo, Cristo obró así, proponiéndonos su ejemplo.

    Escucha, Señor, los gemidos de los oprimidos y humillados,
    cambia el corazón de los poderosos para que sean justos,
    y suscita muchos testigos de la no-violencia activa del amor.

    Ayúdanos, Señor, a construir el mundo nuevo que tú quieres,
    en donde no sean el rencor, el odio y la venganza fratricida,
    sino el amor y el perdón, quienes tengan la última palabra.

    Amén.