El P. Santiago Alberione, Fundador de la Familia Paulina, fue uno de los apóstoles más creativos del siglo XX. Nacido en San Lorenzo di Fossano (Cúneo, Italia) el 4 de abril de 1884, recibió el bautismo al día siguiente. La familia Alberione, compuesta por Michele y Teresa Allocco más seis hijos, pertenecía a la clase campesina, era profundamente cristiana y trabajadora.
El pequeño Santiago, cuarto de los hijos, experimenta pronto la llamada de Dios: el primer año de la escuela elemental, al preguntarle la maestra qué hará cuando sea mayor, respondió: “Quiero ser cura”. Los años de la niñez se orientan en esa dirección.
Trasladada la familia al pueblecito de Cherasco, parroquia de San Martín, diócesis de Alba, el párroco don Montersino ayuda al adolescente a tomar conciencia y a responder a la llamada. A los 16 años, Santiago es admitido en el seminario de Alba y enseguida se encuentra con quien le será padre, guía, amigo y consejero durante 46 años: el canónigo Francisco Chiesa.
Al término del Año Santo 1900, habiéndose sentido interpelado por la encíclica de León XIII “Tametsi futura”, Santiago vive la experiencia determinante de su vida. La noche del 31 de diciembre de 1900, puente entre los dos siglos, el joven seminarista reza cuatro horas seguidas ante el Smo. Sacramento y proyecta en la luz de Dios su futuro. Una “luz especial ” le vino de la Hostia, y desde aquel momento se siente “profundamente obligado a prepararse para hacer algo por el Señor y por los hombres del nuevo siglo”: “obligado a servir a la Iglesia” con los nuevos medios que el ingenio humano presentaba.
El itinerario del joven Alberione prosigue intensamente durante los años del estudio de la filosofía y la teología. El 29 de junio de 1907 es ordenado sacerdote. Sigue una breve pero decisiva experiencia pastoral en Narzole (Cúneo), como vicepárroco. Allí encuentra al jovencito José Giaccardo, que para él será lo que fue Timoteo para el apóstol Pablo. Y también allí, el P. Alberione madura la comprensión de lo que puede hacer la mujer implicada en el apostolado.
En el seminario de Alba desempeña el cargo de Padre espiritual de los seminaristas mayores y menores, y da clases de varias asignaturas. Se presta para la predicación, catequesis y conferencias en diversas parroquias de la diócesis. Dedica asimismo mucho tiempo al estudio sobre la situación de la sociedad civil y eclesial de su tiempo y sobre las nuevas necesidades que se entrevén.
Comprende que el Señor le guía a una misión nueva: predicar el Evangelio a todos los pueblos, en el espíritu del apóstol Pablo, utilizando los medios modernos de comunicación. Atestiguan tal orientación dos libros suyos: Apuntes de teología pastoral (1912) y La mujer asociada al celo sacerdotal (1911-1915).
Dicha misión, para tener carisma y continuidad, debe ser asumida por personas consagradas, pues “las obras de Dios se hacen con los hombres de Dios”. Y así, el 20 de agosto de 1914, mientras en Roma muere el papa Pío X, en Alba el P. Alberione da inicio a la “Familia Paulina” con la fundación de la Pía Sociedad de San Pablo. El comienzo es pobrísimo, de acuerdo con la pedagogía divina: “empezar siempre desde un pesebre”.
La familia humana —en la que el P. Alberione se inspira— está compuesta de hermanos y hermanas. La primera mujer que sigue al P. Alberione es una muchacha veinteañera de Castagnito (Cúneo): Teresa Merlo. Con su aporte, Alberione da comienzo a la congregación de las Hijas de San Pablo (1915). Lentamente la “Familia” se desarrolla, las vocaciones masculinas y femeninas aumentan, el apostolado se delinea y toma forma.
En diciembre de 1918 se produce una primera partida de “hijas” hacia Susa (Turín): empieza una intrépida historia de fe y de iniciativas, que engendra incluso un estilo característico, denominado “a la paulina”. Este camino parece interrumpirse en 1923, cuando el P. Alberione enferma gravemente y el diagnóstico de los médicos no deja esperanzas. Pero el Fundador reemprende milagrosamente el camino: “San Pablo me curó”, comentará después. Por entonces aparece en las capillas paulinas la frase que, en sueño o en revelación, el divino Maestro dirige al Fundador: “No temáis – Yo estoy con vosotros – Desde aquí quiero iluminar – Caminad en continua conversión”.
Al año siguiente viene a la vida la segunda congregación femenina: las Pías Discípulas del Divino Maestro, para el apostolado eucarístico, sacerdotal, litúrgico. A guiarlas en la nueva vocación, el P. Alberione llama a la joven Hna. Ma. Escolástica Rivata, que morirá a los noventa años en olor de santidad.
En el campo apostólico, el P. Alberione promueve la impresión de ediciones populares de los Libros Sagrados, y con las publicaciones periódicas se lanza a las formas más rápidas para hacer llegar el mensaje de Cristo a los lejanos. En 1912 ya había aparecido la revista Vida Pastoral destinada a los párrocos; El Domingo, hojita semanal para la animación de la liturgia dominical, sale en 1921; en 1931 nace Familia Cristiana, revista semanal con la finalidad de alimentar la vida cristiana de las familias. Seguirán: La Madre de Dios (1933), “para desvelar a las almas las bellezas y las grandezas de María”; Pastor bonus (1937), revista mensual en latín; Camino, Verdad y Vida (1952), revista mensual para dar a conocer y enseñar la doctrina cristiana; La Vida en Cristo y en la Iglesia (1952), con el fin de hacer “conocer los tesoros de la Liturgia, difundir cuanto sirve a la Liturgia, vivir la Liturgia según la Iglesia”. El P. Alberione piensa también en los muchachitos: para ellos empieza a publicar en 1924 Il Giornalino 1.
Se pone mano asimismo a la construcción del gran templo dedicado a san Pablo en Alba. Seguirán los otros dos a Jesús Maestro (en Alba y Roma) y el santuario a la Reina de los Apóstoles (Roma). Sobre todo se mira a salir de los confines locales y nacionales. En 1926 nace la primera Casa filial en Roma, seguida en los años sucesivos por muchas fundaciones en Italia y en otras naciones.
Entretanto crece el edificio espiritual: el Fundador inculca el espíritu de entrega mediante “devociones” de fuerte dinamismo apostólico: a Jesús Maestro y Pastor “Camino y Verdad y Vida”, a María Madre, Maestra y Reina de los Apóstoles; a san Pablo apóstol. Es precisamente la referencia al Apóstol lo que califica en la Iglesia a las nuevas instituciones como “Familia Paulina”. La meta ansiada por el Fundador como primer empeño, es la conformación plena con Cristo: acoger todo el Cristo Camino y Verdad y Vida en toda la persona, mente, voluntad, corazón, fuerzas físicas. Orientación codificada en el librito Donec formetur Christus in vobis (1932).
En octubre de 1938 el P. Alberione funda la tercera congregación femenina: las Hermanas de Jesús Buen Pastor o “Pastorcitas”, destinadas al apostolado pastoral directo en auxilio de los Pastores.
Durante el obligado paréntesis de la segunda guerra mundial (1940-1945), el Fundador no se detiene en su itinerario espiritual. Va acogiendo en medida creciente la luz de Dios en un clima de adoración y contemplación. De ello son testimonio los Cuadernillos espirituales, en los que anota las inspiraciones y los medios que adoptar para responder al proyecto de Dios. En esta atmósfera espiritual nacen las meditaciones que cada día dicta a los hijos e hijas, las directrices para el apostolado, la predicación de incontables retiros y cursos de ejercicios (recogidos en sendos opúsculos). El empeño del Fundador es siempre el mismo: hacer comprender a todos que “la primera preocupación en la Familia Paulina será la santidad de la vida, la segunda la santidad de la doctrina”. A la luz de esto hay que entender su Proyecto de una enciclopedia sobre Jesús Maestro (1959).
En 1954, recordando el 40 aniversario de fundación, el P. Alberione aceptó por primera vez que se escribiera de él en el volumen Mi protendo in avanti 2, y consintió en facilitar algunos apuntes suyos acerca de los orígenes de la fundación. Surgió así el librito Abundantes divitiæ gratiæ suæ, que se considera como la “historia carismática de la Familia Paulina”. Familia que fue completándose entre 1957 y 1960, con la fundación de la cuarta congregación femenina, el Instituto Regina Apostolorum para las vocaciones (Hermanas “Apostolinas”), y de los Institutos de vida secular consagrada: San Gabriel Arcángel, Virgen de la Anunciación, Jesús Sacerdote y Santa Familia. Diez instituciones (incluidos los Cooperadores Paulinos), unidos todos ellos por el mismo ideal de santidad y de apostolado: la reafirmación de Cristo “Camino, Verdad y Vida” en el mundo, mediante los instrumentos de la comunicación social.
A lo largo de los años 1962-1965, el P. Alberione es protagonista silencioso pero atento del Concilio Vaticano II, a cuyas sesiones participa diariamente. Entre tanto, no faltan tribulaciones y sufrimientos: la muerte prematura de sus primeros colaboradores, Timoteo Giaccardo y Tecla Merlo; la preocupación por las comunidades en países con dificultades y, personalmente, una martirizadora escoliosis, que le atormentaba noche y día.
Vivió 87 años. Cumplida la obra que Dios le había encargado, el 26 de noviembre de 1971 dejó la tierra para ocupar su sitio en la Casa del Padre. Sus últimas horas se vieron confortadas con la visita y la bendición del papa Pablo VI, que nunca ocultó su admiración y veneración por el P. Alberione. Es conmovedor el testimonio que dio de él en la audiencia concedida a la Familia Paulina el 28 de junio de 1969 (el Fundador tenía 85 años):
“Miradlo: humilde, silencioso, incansable, siempre alerta, siempre ensimismado en sus pensamientos, que van de la oración a la acción, siempre atento a escrutar los “signos de los tiempos”, es decir, las formas más geniales de llegar a las almas… Nuestro P. Alberione ha dado a la Iglesia nuevos instrumentos para expresarse, nuevos medios para vigorizar y ampliar su apostolado, nueva capacidad y nueva conciencia de la validez y de la posibilidad de su misión en el mundo moderno y con los medios modernos. Deje, querido P. Alberione, que el Papa goce de esta prolongada, fiel e incansable fatiga y de los frutos por ella producidos para gloria de Dios y bien de la Iglesia”.
El 25 de junio de 1996, el papa Juan Pablo II firmó el Decreto con el que se reconocen las virtudes heroicas del futuro Beato.
Fue beatificado por el Papa Juan Pablo II, el domingo 27 de abril de 2003, durante la Misa celebrada en la Plaza San Pedro con ocasión del segundo Domingo de Pascua, solemnidad de la Divina Misericordia.
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